Cuando Donald Trump confirma su desatado negacionismo climático, James Baker y otros siete pesos pesados del Partido Republicano estadounidense retoman por su parte, una idea lanzada por el célebre climatólogo y militante James Hansen (Universidad de Columbia): establecer un impuesto al carbono que crecería regularmente y cuyos ingresos serían íntegramente distribuidos a los ciudadanos y ciudadanas bajo la forma de dividendo idéntico para todas las personas. El interés de la población por el dividendo creciente permitiría elevar el impuesto a un nivel elevado, prueba de eficacia ecológica. Empresas y particulares serían incitados a pasarse a las energías renovables.
Ahora bien, el infierno está empedrado de buenas intenciones. Las prioridades de los autores no son ni ecológicas ni sociales. Utilizan la inquietud frente al cambio climático y el descontento frente a la austeridad para intentar levantar simultáneamente varios desafíos del capitalismo estadounidense y construir una hegemonía política reaccionaria. Su método es más sutil que el de Trump pero las convergencias son grandes, especialmente respecto al desmantelamiento de la Agencia de Protección del Medioambiental (EPA).
A corto plazo, esta propuesta de impuesto-dividendo se libra de las burradas de los climanegacionistas, que ocupan el escalafón más alto entre los republicanos. Pero la presión se va a acentuar pues el gran capital transnacional está totalmente convencido de la necesidad de profundizar la política climática neoliberal puesta en marcha con la COP21. Así que, en la lógica del “capitalismo verde”, quiere que se le ponga un precio al carbono y saber a qué atenerse respecto a su evolución para poder planificar sus inversiones. La propuesta de James Baker, Georges Schulz y sus colegas que acaban de reunirse con el vicepresidente Mike Pence, da una idea de las amenazas que se avecinan.
Las corrientes de izquierda que se comprometieron en el apoyo a la propuesta de James Hansen corren el riesgo de caer en la trampa. Una vez más, la realidad se impone: sea bajo la forma de un impuesto al carbono o de los derechos de emisión canjeables, no existe una estrategia de mercado que permita ganar la lucha contra el cambio climático provocado por el mercado: la catástrofe solo se puede conjurar enfrentándose al capitalismo y a la dinámica de acumulación.
Una sombra en la imagen de la COP21
Los negociadores de la COP21 en 2015, en París, no ocultaron su satisfacción al final de los trabajos: la cumbre del clima era un éxito. Al contrario que la de Copenhague en 2009, acababa en un acuerdo. Este incluso podía ser clasificado de ambicioso puesto que los gobiernos se comprometían a actuar para mantener el aumento de la temperatura “muy por debajo de 2ºC” “continuando los esfuerzos” para no sobrepasar el 1,5ºC de calentamiento. Nadie había imaginado semejante avance.
Sin embargo, había una sombra en esa imagen,
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