Si preguntáramos a la gente, a todo tipo de gente (también a la que se considera de izquierda-izquierda), por cómo se imagina la sociedad de mediados del siglo XXI, la mayoría seguramente respondería que imagina una sociedad en la que, en un mundo aún más globalizado e intercomunicado, la economía saludable seguiría intrínsecamente vinculada a su crecimiento material y que el “progreso científico-técnico”, en su desarrollo imparable, sería capaz de resolver todos los problemas y de remover todos los obstáculos que ese crecimiento fuera generando. Por eso, es muy probable que esa misma gente señalara que la receta para salir de la crisis actual, así como el indicador de que la hemos dejado atrás, sería, sin duda, una nueva de etapa de crecimiento económico.
Sin embargo, ¿se preguntaría esa mayoría sobre las bases materiales en las que ese mundo tendría que apoyarse? ¿Reflexionaría sobre si es posible, e incluso conveniente, retomar la senda del crecimiento material de la economía y mantenerla en el tiempo? No parece que sea así, ya que las acciones de las élites económicas, políticas y mediáticas, así como las propuestas de una buena parte de la intelectualidad, incluidos premios Nobel, entre los que destacan ¡qué paradoja! los economistas, obvian completamente algo tan central como el hecho de que el planeta, nuestro planeta, el único que tenemos, ese en el que vivimos y del que dependemos, está cada vez mas exhausto.
A los síntomas claros de agotamiento, tales como el fin de la era de la abundancia de combustibles fósiles y de muchos de los materiales estratégicos, o la disminución de agua para el consumo, o el colapso de importantes pesquerías… se añaden